Pelear como perros, matar como gatos. Algunas reflexiones sobre el estudio de la violencia a través de la historia

Pelear como perros, matar como gatos. Algunas reflexiones sobre el estudio de la violencia a través de la historia

 

Enrique Carballo Gende

Xornalista. Investigador de HISTAGRA

 

La tesis que he presentado recientemente lleva por nombre Violencia, crimen y sus interpretaciones en la Galicia contemporánea (1840-1936), y, como puede suponerse, me ha llevado a ver bastantes hechos luctuosos. Calculo que en este trabajo y algunos anexos he leído, descrito y clasificado unos 500 homicidios, haciendo Excel para dividirlos en categorías y rellenando columnas y columnas macabras, lugar de los hechos, motivación de los autores, arma empleada. El documento principal, que agrupa a unas 470 muertes (Homicidios en Galicia: 1920, 1925, 1930, 1935 y 1936, extraídos de esos años) lo subiremos a la web para que sea posible consultarla públicamente.

 

Recuerdo que una vez, poco antes de depositar la tesis, recorrí la columna de descripción de las heridas d este Excel, y es de las pocas veces que me he sentido físicamente enfermo por una lectura. Hombres (casi todas las víctimas son hombres) muertos de una cuchillada en el corazón, degollados por navajas, palizas a patadas y a puños, a palos, cabezas destrozadas a hachazos. Cuerpos destrozados por azadones, guadañas, fungueiros. Tiros en el rostro, en el pecho, en la ingle. Niños no deseados estrangulados, muertos a golpes, arrojados por el retrete. Un ourensano al que robaron a la vuelta de la feria aparecido en medio de un charco, con un escopetazo en la espalda y el cráneo machadado por una piedra.

 

 

¡Y las motivaciones! Una mujer asesinada por su familia por reclamarles un dinero. Una mujer denunciada por su hermana por meter a su hijo recién nacido en una olla de agua hirviendo. Un hijo que mata a su padre para robarle unas pocas pesetas, un hombre que mata a escopetazos a la mujer que lo acusa de violación y luego se echa al monte a vivir como bandido, en guerra contra todos. En fin, uno lo ve todo seguido, la violencia de años destilada y concentrada, y se siente como los que seguían a la expedición Volet-Chanoine, o al leer Meridiano de Sangre: la humanidad como perpetradora de una sucesión de horrores nihilistas, que escapan a la razón y que no pueden ser comprendidos. Y, de hecho

 

¿Una hidra con muchas cabezas? La violencia como un fenómeno de raíz única

 

Por supuesto, esto no es así. La violencia dista mucho de ser inexplicable, y yo creo que la debemos entender como una herramienta que se puede emplear para una serie de fines, aunque estos no sean “racionales” en el sentido de que provengan de una reflexión intelectual: por ejemplo, para equilibrar nuestro estado emocional tras ser insultados. Creo que hay una cierta tendencia a agrupar a todas las clases de violencia en un mismo lugar porque la conceptualizamos como mala (el motivo, por cierto, por el que cuando alguien habla de violencia que le gusta la llama justicia, o fuerza legal, o algún eufemismo). Ese mal muestra diversas apariencias, pero es como una hidra, son cabezas de un tronco común, y ahí está la violencia.

 

Yo lo planteo al revés: muchas serpientes van a beber al mismo charco, muchos comportamientos humanos echan mano de la violencia. Creo que la visión anterior se debe a que instintivamente tendemos a considerar que algo rechazable tiene que tener una raíz ajena a nosotros que podemos extirpar; nos gustaría que hubiese una característica social, un modelo educativo, un algo que reprimir y erradicar. Pero si hay diversas violencias por diversos motivos, como afirmo, estas pueden darse de manera independiente. Baunmeister, en su libro Evil, clasifica las motivaciones para un acto violento en cuatro: deológica, sádica, instrumental y por razones de defensa de la identidad personal o el prestigio.

 

E inclsuo en cada una de estas encontramos mil caminos que llevan a alguien a cometerla. La instrumental, que es la que se emplea para conseguir un fin, abarca las luchas entre narcos, los atracos o la represión de una huelga, y la ligada a la identidad personal incluye los patrones de masculinidad presentes en muy diversas culturas o una madre que apaliza a un hijo desobediente.

 

Y, puesto que hacer separaciones entre diversos patrones de violencia para estudiar el fenómeno, y tener en cuenta que unos no llevan directamente a las otras. Por eso soy muy escéptico, por ejemplo, cuando se relaciona la guerra con las tasas de violencia cotidiana; los soldados matan en combate en un contexto totalmente distinto a cómo matan los civiles en situaciones de paz, y en la década de 1920, con Europa llena de veteranos tarados, no hubo un gran repunte de los homicidios.

 

Y también se mata en estados emocionales diferentes, en los que podemos distinguir, al menos, dos polos, el de la pelea y la caza. Vamos a verlos.

 

Muros de escudos y peleas de Hollywood. Cómo luchaban nuestros antepasados, y qué nos enseña de la psicología del enfrentamiento

 

Una vez me dijeron que la mejor representación del combate medieval era la batalla de los Bastardos, de Juego de Tronos, en la que la escena en la que cámara sigue a uno de los personajes mientras avanza por un campo en el que soldados de uno y otro bando pelean desorganizados, golpeando a izquierda y derecha y con enemigos y amigos entremezclados por todas partes.  Es caótica, llena de violencia y emoción; está muy bien grabada; es divertida. Pero discrepo en que sea realista. En esto hay que reconocer a dos clásicos impagables, Études sur le combat, de Ardant du Picq, y The face of battle de Keegan. Ahí están las bases que han servido para desarrolar el modelo de “pulse” para analizar las batallas antiguas.

 

La idea principal es que los hombres que acudían al combate no querían morir ni ser heridos, y, para la mayoría, esa era la motivación principal. Puede que también quisiesen matar a algún enemigo, y sin duda no querían perder la batalla (pues eso incrementaría muchísimo las posibilidades de morir ellos mismos), pero lo principal, excepto para un par de héroes o locos, era evitar ser herido. Para esto, lo indispensable es tener la espalda y los lados cubiertos por compañeros, y darle al enemigo solo una avenida de aproximación. Si uno siente que el peligro viene de todos lados, retrocederá hasta un lugar en el que esto no sea así; esto se puede ver ya no en batallas, sino en disturbios y peleas multitudinarias en las que haya dos bandos. Por eso en la guerra tienden a formarse líneas, y no veríamos en una batalla histórica esa melee desorganizada de Juego de Tronos.

 

Hay dos formas básicas de combate abierto en la Antigüedad, dependiendo del equipo de los combatientes. La más común en las sociedades sin Estado parece ser la del intercambio de proyectiles por parte de grupos poco compactos y sin protecciones. Está muy bien descrita en War before civilization, de Keeley, y podemos ver un ejemplo en vivo en la Papúa de los años 70. Los combatientes se mantienen siempre en movimiento, en el límite de las flechas y las jabalinas, y se intercambian decenas o centenares de disparos por cada herido. Estos mueren a veces, pero no tienen por qué, ya que cuando son heridos están dentro del radio de acción de sus compañeros y estos pueden arrastrarlos hasta la retaguardia. Batallas como estas duran días y suelen ser poco decisivas. Vamos a ver un ejemplo de la Ciropedia, de Jenofonte, cuando el futuro Gran Rey acompaña a los medos a enfrentarse contra unos incursores asirios:

 

“Los enemigos, a su vez, tan pronto como vieron avanzar a los medos, se detuvieron blandiendo sus lanzas unos y tensando sus flechas otros, en la idea de que sus adversarios, cuando estuvieran a tiro de flecha, se pararían _ como solían hacer casi siempre —pues solían avanzar los unos contra los otros hasta que estuvieran muy próximos y se quedaban disparándose a menudo hasta el atardecer”

 

Pero cuando quieren combatir en serio, optan por armas de corta distancia, lanzas, mazas, hachas, y buscan entrar a distancia de cuerpo a cuerpo. Esto es mucho más letal (sobre todo para el bando que pierda, ya que se desbandará y los heridos que queden atrás quedan a merced del ganador), mucho más arriesgado, y por eso, más dificil psicológicamente de asumir. Las sociedades sin estado las emplean muy poco.

 

Los ejércitos de la Antigüedad y la Edad Media tenían cuerpos cuyo propósito princiipal era ese, por lo que en muchas batallas se producía el choque. Pero se repite la misma lógica: formaban grupos homogéneos, protegidos por escudos y armaduras, y los choques eran de relativamente corta duración (de ahí el nombre de teoría de “pulse”). Un grupo avanzaba hacia otro, intercambiaban espadazos y lanzazos, cada hombre preocupándose más de protegerse con el escudo y cubrirse que de matar a nadie. Si un grupo perdía los nervios y se desbandaba, empezaba una persecución. Si no, tendían a alejarse unos pasos y permanecer intercambiandose insultos y provocaciones hasta el siguiente choque. Cuando un grupo se desbanda, ahí sí que es posible causar muchas muertes, pues uno puede golpear sin la inhibición de defenderse y por la espalda.

 

 

Este tipo de enfrentamientos prolongados, con múltiples choques, se daban entre grupos con armamento defensivo, escudos y armaduras, que aumentaban sus posibilidades de sobrevivir en la melée, y los combinaban de manera que se incrementase la protección (de ahí términos como muro de escudos o testudo). En etapas posteriores, cuando el fusil sustituyó a la lanza y la infantería dejó de tener protecciones, casi nunca se daba el cuerpo a cuerpo entre grandes grupos de hombres. Jomini y Du Picq coinciden en que las cargas a la bayoneta en el siglo XIX terminaban cuando el grupo atacante se detenía, incapaz de rematar el ataque, o cuando los defensores huían despavoridos. Cuando las armas de fuego se hicieron más efectivas, se acabó lo de exponerse en grupos cerrados al enemigo y se pasó a las tácticas de infantería actual; una vez más, el instinto de autoconservación impera en la lógica de la guerra.

 

Pelear como perros

 

¿Pero esto era un blog de Historia Contemporánea, no? Sí, pero toda esta introducción nos puede servir para entender las peleas que dejan la mayoría de las muertes en crímenes comunes. En ellas, los oponentes, si hay una cierta igualdad de fuerzas, primero se miden, se insultan, intercambian desafíos. Se enganchan a pelear, pero tentativamente, dando algunos puñetazos o patadas; si tras los primeros intercambios no hay un ganador claro, normalmente los separan o se separan ellos mismos, se insultan de nuevo y quizás se vuelvan a enzarzar.

 

Lo que se busca, ante todo, es que el oponente ceda, huya, se aleje, para ganar el enfrentamiento social minimizando el riesgo propio. El que haya visto la típica pelea de borrachos reconocerá estos patrones; si no, sirve el ejemplo de las peleas de perros; se ladran, se enganchan, intercambian algunos mordiscos, pero pocas veces el perdedor acaba muerto.

 

Estos enfrentamientos tienden a dejar muchas muertes en las sociedades en las que las formas de relación y defensa del prestigio pasan por la violencia. Pero son relativamente poco letales, al menos en las sociedades, como Galicia en el siglo XIX, en las que había un Estado y justicia independientes de los particulares. Incluso cuando alguien saca un cuchillo, las muertes son relativamente escasas. En mi tesis he contado una proporción 1:20, aproximadamente, entre homicidios y heridas con arma blanca, basándome en el caso de A Coruña. O, por poner otro ejemplo, en 1935 los falangistas gallegos empezaron a protagonizar peleas callejeras contra izquierdistas, usando porras y cuchillos. Ese año hubo un par de decenas de heridas, pero solo un muerto. Como los perros,los protagonistas de las peleas callejeras marcaban al rival, pero pocas veces se ensañaban con la yugular.

 

Matar como un gato… O como Terminator

 

Pero hay momentos en las que tenemos bastantes muertes para una cantidad de enfrentamientos relativamente escasa. En mi tesis pongo dos ejemplos: los enfrentamientos entre la colla patronal de estibadores y los sindicatos izquierdistas en A Coruña en 1920, y los ciclos de atentados entre Falange y militantes izquierdistas en 1936. Sigue habiendo muerte derivadas de peleas, sobre todo porque en estas se introducen armas de fuego, pero también modalidades más letales porque son puramente asesinatos, ataques planificados cuya intención es acabar con una vida.

 

¿Ejemplos? A Higinio Álvarez y Francisco González, de Maside, los mataron el 8 de junio de 1936 disparándoles con un arma larga mientras volvían en camioneta del entierro de obreros asesinados; estos habían sido abatidos mientras estaban en un café por uno o varios derechistas (de Falange o JAP) que los acribillaron sin pelea previa. Domingo Ríos, estibador de la colla patronal coruñesa durante el verano de 1920, solía dormir en el puerto para evitar a los huelguistas, pero el domingo 28 de agosto estaba paseando con su familia por la ciudad cuando dos hombres se le acercaron y le pegaron un tiro en la cara. Los asesinos estaban en el estado intelectual y emocional del que sabe que va a acabar con un objetivo concreto, no del que mata en una pelea que se fue de las manos.

 

Se escapa de mi ámbito inmediato de conocimientos, pero según explica Pinker en su obra Los ángeles que llevamos dentro (que por cierto, me parece imprenscindible leer para el estudioso de la violencia, aunque sea para criticarla), se puede corresponder con la activación de circuitos neuronales diferentes. Recupera el ejemplo de un gato: cuando va a participar en una pelea con otro gato, o lo molestamos con la punta de la escoba, bufa, se le eriza el pelo, se pone en un estado de gran excitación, su cerebro elige entre huir o pelear. Si nos araña la mano o le saca un ojo a otro gato lo hace con zarpazos salvajes a la parte del oponente que tenga cerca.

 

Pero, cuando caza un roedor, está tranquilo, se aproxima al objetivo con movimientos suaves, midiendo los tiempos, y cuando ataca, lo hace con precisión, buscando la mejor forma de atrapar a su presa y no dejarle manera de escapar. Al parecer, podríamos ver cómo se activan grupos diferentes de neuronas. Si el perro peleando es un borracho furioso que clava una navaja o un hoplita ateniense que maneja la espada en Maratón, medio aterrado, el gato cazando es un sicario que abate a su víctima con un tiro en la nuca, o el francotirador que aguarda a que su compañero le calcule la distancia y la intensidad del viento para calcular la caída de la bala hasta su objetivo.

 

No les escanea el cerebro, por supuesto, pero los testimonios que recoge Jared Diamond en Vengeance is Ours parecen referirse a estos dos estados mentales (que, por aclarar, no pretendo que sean bien definidos y excluyentes, sino polos de actitudes y comportamientos). Viene una cita larga, pero merece la pena; cuando habla de “public fights” se refiere a enfrentamientos entre grupos de hombres con armamento ligero que hemos descrito en un apartado anterior:

 

“Daniel emphasized the importance of distinguishing between long-range public fights and close-range private ones. He contemptuously described the former as a “small boys’ game shoot.” As he explained it to me, “Public battles are open not just to experienced fighters but also to new trainees, new allies hired to come and gain confidence, and fun-seekers. In a public battle, the fight-owners have the opportunity to see who really are the best marksmen, with the necessary experience to make quick but correct decisions.” Such warriors are selected for the much more dangerous task of private fights, in which hired teams of stealth killers prepare ambushes. “That requires nerve, judgment, and presence of mind, to select the right target, and not to panic and shoot the first man who moves into a shootable position”

 

Y, ya que he empezado con la guerra prehistócica, quiero acabar con la del futuro. Ya en la Primera Guerra Mundial más de la mitad de las bajas eran por artillería, y el porcentaje, incluyendo los ataques aéreos, se ha ido incrementando. Combatientes y civiles son heridos y muertos por personas a las que nunca verán, una experiencia aterradora en la que uno parece que esta siendo atacado por una tormenta, como se puede ver en un vídeo de The New York Times (cuidado sensibles). Las armas personales se disparan a ciegas; Estados Unidos gasta un cuarto de millón de balas por insurgente abatido, mientras que los artilleros y pilotos, que realizan la mayor parte de la matanza, lo hacen a kilometros de sus víctimas, y las bombas explosivas son detonadas a gran distancia o montadas horas atrás.

 

Sí ven a sus enemigos o víctimas, sentados en un sillón, a través de una cámara, como quien juega a un videojuego, los operadores de los drones que se han convertido en una herramienta letal extremadamente efectiva, tanto para los ejércitos occidentales, en especial Estados Unidos, como para insurgencias y combatientes del Segundo y Tercer Mundos. Algunos ya muestran secuelas psicológicas por manejarlos. Quizás haya que incorporar una tercera categoría a las que he expuesto: pelear como un perro, matar como un gato, aniquilar con mirada de Terminator.

 

Enrique Carballo (A Coruña, 1988) é licenciado en Xornalismo (2012 USC), Máster en Historia Contemporánea (2018 USC) e Doutor en Historia pola USC (2021). As súas liñas de de investigación son a historia do crime, as dinámicas de conflito social na España contemporánea, e a historia da violencia cotiá e a súa representación cultural.

https://histagra.usc.es/es/persoas/52/enrique-carballo-gende

 

Imagen: Duelo a garrotazos, de Goya